miércoles, 3 de diciembre de 2008

Los tejados

Ahora mismo, llueve en París. Es una lluvia finita, que se va acumulando en los tejados hasta caer goteando. Desde mi ventana, lo alto de la torre de Montparnasse apenas se distingue entre la niebla, y todo París está sumido en una quietud sobrenatural, que intento acallar subiendo el volumen de la música. Ni siquiera se escuchan los coches aquí arriba (el tráfico es mucho menos denso que en Madrid), y tengo la sensación de estar en lo alto de un enorme árbol de hormigón, en medio de un bosque gris que se extiende hasta donde alcanza mi vista, silencioso y gorgoteante, pero con esa sensación implícita a todos los bosques del mundo de estar rebosante de vida, escondida aquí y allá, por muy tranquilos que parezcan los tejados grises azulados, aunque tan solo dos o tres chimeneas (esas chimeneas tubulares de cerámica) humeen a lo lejos, y la luz no se aprecie todavía en las cientos ventanas que pueblan las buhardillas curvas.
Efectivamente, aquí la vida bulle y desaparece con la misma facilidad que lo haría en una jungla, y provocando exactamente el mismo efecto en sus habitantes, es decir, ninguno. Nada parece alterarse, y todo sigue igual, la ciudad entre la niebla gorgotea exactamente igual que la semana pasada
Monsieur Auzias, aquel que os presenté en una de mis primeras entradas en el blog, me anunció hace apenas tres semanas que posiblemente tuviera que hacerse ingresar por unos dolores abdominales que se habían revelado como un cáncer de estómago. Y hace tres días, mientras subía las escaleras de mi casa, me encontré a la portera que me anunció, con voz queda: “Il est mort.”.
El viernes iremos al mismo cementerio que os pongo en mi última entrada, Père-la-Chaise, para realizar un pequeño homenaje, en el que escucharemos una canción que él mismo grabó con su guitarra antes de morir.
Y esto es todo hoy… la verdad es que no tengo ganas de escribir más, aunque han pasado muchas cosas. Otro día os las cuento. De momento, hoy le dedico por segunda y última vez el blog a Monsieur Auzias, la primera persona que conocí al llegar a París.