jueves, 30 de octubre de 2008

El Cementerio de Père-Lachaise

El otro día, Daniele y yo fuimos a visitar el cementerio más grande de París: Père-Lachaise. Al llegar a la entrada un francés muy simpático nos preguntó si queríamos un plano… sonriendo dijimos que no, y subimos la escalera riéndonos de la ocurrencia. Hasta que tuvimos que volver a bajar a por el plano, por que el cementerio es tan grande que pueden circular los coches por él, tiene calles con nombres y números, y varios itinerarios marcados para que puedas visitar en un día todas las grandes celebridades que allí descansan. Y por supuesto, sin el plano es imposible orientarse, por que son 43 hectáreas de celebridades.
Hacía un día precioso, así que paseamos tranquilamente de tumba en tumba… las hay que son tan sólo grandes losas de mármol con letras doradas encima, pero son las menos. Principalmente son grandes sepulcros, muchas veces con esculturas increíbles encima, o bien capillas con cristales de colores, puertas desvencijadas y estrellas de David u otros símbolos grabados en la piedra junto con el nombre de la familia. Hay tumbas de todos los tamaños y formas, formando un laberinto increíble que, bañado por el sol de media tarde, se convierte en un paseo digno de las novelas de Anne Rice: si yo fuese Lestat también me retiraría unos cuantos años a descansar en un cementerio como este. De hecho, creo que no he sido a la única a la que se le ha ocurrido la idea, por que se rumorea que durante años este cementerio (al igual que las catacumbas, el auténtico reino de la muerte aquí en París) ha sido escenario de las perversiones más oscuras, misas negras, etc.
Dejando de lado la noche, y volviendo a la luminosidad que esa tarde inundaba el cementerio, teneis que saber que Père-Lachaise es más que un cementerio: hay auténticos jardines sembrados de tumbas, flores, cipreses… y una torre blanca que se yergue como el cuerno de un unicornio en el centro de la parte más alta. También hay varios monumentos como por ejemplo los erigidos a los muertos de varios campos de concentración nazis, o el de los españoles muertos por la libertad.
Entre las tumbas famosas que podemos encontrar están la de Edith Piaf, la de Oscar Wilde (tatuada con cientos de lunares, que al acercarse se transforman en… labios rojos, de los besos que le dan las parisinas a la tumba), la de Chopin (aunque su corazón está en Varsovia), o la que varios jovencitos que nos cruzamos, guitarra a la espalda, iban a visitar, la tumba de Jim Morrison.
Como curiosidad para Sara añado que encontré la tumba de un personaje que le interesaría y me hice una foto con ella para probarlo: un pedrolo negro tremendo con letras doradas en el que sólo ponía “Sauron”.
Esto es todo: solo deciros que si un día os animais a venir y dar un paseo vengais pronto, por que sobre las seis y media el cementerio cierra sus puertas… y comienza el reinado de los no muertos mmwwahahahahahaha… (Disculpad la risa malévola, he creido que tanto el tema como el final eran apropiados para Halloween)
PD- Por cierto, os invito a que os paseis por el Blog de Juanpi, DegeneraciónX (el enlace está más arriba) para que leais lo que pasó el otro día en el partido del Estu...)

jueves, 16 de octubre de 2008

21 en París

Ya iba siendo hora de actualizar…desde la última vez han pasado muchas cosas. Veamos… Para empezar, la semana pasada unos cuantos nos fuimos a tocar la guitarra nueva de Francesco (mi profe particular de guitarra y de italiano) al Pont des Arts…este puente peatonal sobre el Sena es la alternativa a dejarnos el dinero en bares, y siempre está lleno de gente tocando, bebiendo, o simplemente viendo París de noche, iluminada siempre en colores cálidos que contrastan con el negro azulado de los tejados: de noche la ciudad se viste de luz como si fuese a ir a una fiesta. Poco a poco entre “Michelle” y “Wonderwall” los demás fueron llegando. Y la gente del puente se nos iba uniendo: de repente un violinista que pasaba por allí comenzó a improvisar junto a Francesco en la canción de “Stand by me”… y los miembros de un grupo que volvían de ensayar comenzaron a secundarle. Cuando nos dimos cuenta estabamos todos como locos bailando “La Bamba” mezclada con “Twist and Shout” con gente que pasaba por allí y que quería bailar con nosotros… escuchar “Comandante Che Guevara” cantada por franceses e italianos que no entienden lo que significa la letra y acompañada de djembé, violin y cuatro o cinco guitarras es una experiencia inolvidable.
Y poco a poco, con el tiempo, me voy haciendo cada vez más a esta ciudad: cuando me preguntan por la calle ya entiendo y soy capaz de dar indicaciones, aunque tengo días muy espesos…
Además, para acabar de encajar aquí, el lunes pasado (como muchos sabeis) fue mi cumpleaños, y pasé a la cifra mágica de 21, lo cual no me hizo ni puñetera gracia, pero la otra posibilidad me gustaba todavía menos así que accedí a pasar por el aro. De repente, en medio de un bar de Bastille un montón de gente comenzó a cantarme el cumpleaños feliz en francés, inglés, alemán… mientras los italianos me deseaban “auguri”. Al día siguiente amaneció soleado y caluroso…Y el regalo de cumpleaños que me he hecho ha sido ir al cine a ver durante tres días seguidos (una para cada parte de la trilogía) esa fantástica película que tantos me habíais recomendado y yo no encontraba el momento para ver: El Padrino, trilogía completa, en versión original (inglés-italiano-siciliano) subtitulada en francés, y rodeada de italianos (y Gaetano, un siciliano auténtico).
Al día siguiente, el cumpleaños de mi padre, una carta desde España me trajo el olor a lavanda del patio de mi casa y las letras de mis padres y hermanos. Y cuando por fin pude conectarme al tuenti, facebook, correo electrónico y demás elementos de mi Ka virtual, me esperaban medio centenar de felicitaciones con todo vuestro cariño. Quiero a todos, y en especial a mi familia, todo lo que me apoyais desde allí… no sabeis cuanto significa tener siempre un correo que contestar, una noticia nueva, o simplemente un guiño que venga de mi tierra. Gracias, gracias, gracias mil a todos. Hay días en los que me devolveis la sonrisa a la cara.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Noche Blanca

Este fin de semana ha sido en París la Nuit Blanche, es decir, que todos los parisinos (y los que no lo somos) pasamos la noche del sábado dando vueltas por París, viendo todo lo visible, aunque la verdad es que me fui prontito por que estaba un poco enferma, pero ya se me ha ido pasando. El domingo, por ser el primero del mes, abren algunos museos de forma gratuita, y Amaranta (una amiga italiana) y yo decidimos ir al museo de Orsay: así que me invitó a comer pasta en su casa (pasta de verdad, riquísima!) y luego nos fuimos al museo, donde empezaron a aparecer el resto de nuestros amigos que se apuntaban al plan… lo malo fue que según la costumbre italiana llegaron tardísimo. Por suerte existe otra costumbre italiana que pone remedio a la primera, y es saltarte las colas. Así que tras casi una hora de cola unos, y cinco minutos otros, entramos al museo, que es… completamente mágico. Los que ya lo hayais visitado lo entendereis: las esculturas del patio central, y las pinturas impresionistas hacen un conjunto perfecto. Aproveché para hacer un montón de fotos, pues es uno de los museos más bonitos que he visitado en mi vida.
Después, para rematar el fin de semana cultural, fuimos a un cine cerca de la Place de la Sorbonne, que hacen descuentos a los estudiantes y reposiciones de películas de Woody Allen y François Truffaut, entre otros. Así que vimos “Jim et Jules”… que os recomiendo encarecidamente. Por hoy esto es todo... me ha quedado un poco escueto pero es que los mocos que llenan mi cabeza no dejan circular fluidamente las ideas. Besos...

viernes, 3 de octubre de 2008

La primera raíz...

Hoy, 3 de Octubre, hace un mes que estoy en París.
Y precisamente hoy he empezado a sentir “eso”, seguro que todos los que habeis vivido conmigo en el Cova o el Teresa lo entendeis: esa sensación de que no estás en casa, pero casi. Recuerdo perfectamente el momento en el que sentí eso por primera vez en Madrid: estaba acarreando mi maleta verde por las escaleras del Teresa, hasta el segundo piso, dónde vivía en la habitación 210. No me había quedado ni un solo fin de semana desde que empezó la universidad (estoy hablando de finales de noviembre), y no tenía amigos en la ciudad: no conocía a Juanpi ni, por lo tanto a ninguno de los argandeños que tanto me marcarían meses después. No aguantaba a las veteranas del colegio, apenas hablaba con mi compañera de habitación, y en clase no conocía mucha gente. Pero ya habían empezado mis conversaciones con María José, conocía un poco a Sara (aunque pensaba que era una especie de duende raro y pequeño que siempre llevaba un jersey del Señor de los Anillos, y me saludaba asomando la nariz por encima del libro que estaba leyendo acurrucada en la esquina de la cama), e Inés ya había subido a mi cuarto con sus altavoces a escuchar Marea y Extremoduro. Yo estaba triste, como siempre me ponía triste cuando hacía el recorrido Avenida de América-Ciudad Universitaria. La ciudad se apagaba lentamente con el invierno, cada domingo hacía más frío a la vuelta, pero no era el frío de Soria, que te atraviesa como cuchillos limpios y relucientes, un frío que curiosamente he llegado a asociar con la idea de “hogar”, sino una masa sucia y pegajosa de frío blandengue, que es imposible tomarse en serio. Y mi maleta cada vez venía más cargada de Soria, al tiempo que asumía lentamente que mi vida ya no estaba allí.
Y fue entonces, precisamente entonces, en las escaleras del segundo piso, tirando de la maleta, cuando vislumbré la puerta de mi habitación. Me llegaba el barullo de la gente de abajo que se disponía a cenar, por que eran las nueve. Y entonces sentí eso, una especie de “ya estoy en casa” en el estómago, por mucho que mi cabeza supiera que no lo estaba.
Y a partir de ahí, llegó todo lo demás, las maravillas que ya conoceis y que vivimos juntos.
Hoy, en mi camino a clase, el frío glacial y húmedo de París (diferente también) me ha sorprendido en frente de los cristales de una librería de la Rue Soufflot, y me he visto a mi misma con la carpeta y el abrigo, andando rodeada de estudiantes que se disponían a ir a clase, como yo. Y de repente he sentido eso mismo… y mirando el Panteón me he dado cuenta de que lo he mirado tantas veces que ya es algo mío.
Y lo mismo ocurre con la buhardilla: cuando llego enciendo el ordena, me preparo un matesito y me pongo música… y ya estoy en casa otra vez.
Aun así, no puedo algunas veces repasar todas las fotos y los vídeos de las fiestas que hemos hecho, y acordarme de todo lo que tengo en España… ¡cuantas raíces para un matojo tan pequeño!