“Evidentemente, es importantísimo estar sobrio cuando te enfrentas a un examen. Ignorar este sencillo hecho ha provocado la aparición y florecimiento de más de un profesional de la limpieza callejera, el robo de fruta en los mercados, o la guitarra en el metro.
Pero Victor tenía motivos muy especiales para mantenerse alerta.
Podía cometer un error, y aprobar.
Su difunto tío le había dejado una pequeña fortuna para que no se convirtiera en mago. No se había dado cuenta cuando redactó el testamento, pero eso era exactamente lo que había hecho el anciano. Creía estar ayudando a su sobrino a realizar sus estudios universitarios, pero Victor Tugelbend era un joven muy inteligente en el sentido más retorcido de la palabra, y había razonado de la siguiente manera:
¿Cuáles eran las ventajas y las desventajas de ser un mago? Bueno, para empezar uno conseguía cierto prestigio, pero se encontraba a menudo en situaciones peligrosas, y corría el riesgo constante de ser asesinado por un camarada mago. No le atraía ni lo más mínimo convertirse en un cadáver muy respetado.
Por otra parte...
¿Cuáles eran las ventajas y desventajas de ser un estudiante de magia? Tenías bastante tiempo libre, ciertas licencias en asuntos como beber litros de cerveza y cantar canciones picantes, nadie trataba de asesinarte (excepto en el sentido vulgar y cotidiano de Ankh-Morpork) y, gracias al legado, también podía permitirse un estilo de vida modesto, pero cómodo. Por supuesto, lo del prestigio quedaba descartado, pero al menos seguías vivo para saberlo.”
Quienes conozcais a Terry Pratchett no necesitais que os explique nada, y para los que no lo conoceis, pero sois estudiantes cómo yo, es una buena introducción.
Esta noche, mientras el ojo de Sauron da vueltas allá en su torre buscando quién sabe qué, espero asomada a la ventana que Peter Pan aparezca y me anuncie que, aunque con muchos años de retraso, sigue queriendo llevarme consigo al país de Nunca Jamás.
Espero que acabe esta puñetera huelga que está terminando con mis nervios y la escasa motivación que tenía.
Espero que esta maravillosamente hostil ciudad termine de darse cuenta de que estoy aquí.
… y me he cansado de esperar.
Cómo de costumbre, muchas cosas han pasado desde la última vez que actualicé: el hecho más destacado ha sido la visita de mis queridas Oihane, Sara, Inés y Patri. Y redescubrir este tipo de sinergia que sólo se da cuando estamos todas juntas. Ese tipo de magia que nos ha hecho vivir cosas increíbles desde que nos conocimos. De no haber sido por ellas, por ejemplo, nunca habría descubierto lo que se siente cuando el sol se cuela en las entrañas de un barco y el mar te mece para que te despiertes ………levantarte y zambullirte en el agua azul verdoso……….
Tampoco habría descubierto nunca que los bailes de madrugada, cuando el agotamiento te lleva a un tipo especial de resistencia, son los mejores. Ni que aunque una amiga viva al otro lado del mundo, cuando vuelve todo sigue como antes ………..parloteando en las habitaciones del Cova mientras las mismas risas nos alejan flotando del mismo lugar del que lo hicieron hace un año………….Ni que romper con un novio puede ser el comienzo de una noche memorable e increíblemente divertida que comienza a las tres de la tarde cuando tu amiga se presenta en tu cuarto llorosa, y te anuncia la ruptura…….. Ni que las amigas pueden tragarse sus reservas y temores con tal de verte feliz. Ni que cada persona importante tiene una canción propia, que sólo se canta en momentos especiales. Ni que puedes llegar a añorar la música que normalmente detestas, sólo por que es la banda sonora de tu amistad.
Ni tampoco habría descubierto una pegatina de Soria ¡ya! En la pared de un diminuto tugurio del barrio latino, ni me habría metido en una bola gigante en el boulevard de St. Michel, ni habría dormido a gusto con tres personas más en un cuarto de diez metros cuadrados, ni habría bebido calimocho al borde del Sena…
¿Qué os puedo decir del tiempo que las chicas pasaron aquí? Pues que, aunque sé que ninguna de ellas lee mi blog, me encantaría dedicarles la actualización ésta vez.
Hacedles saber (aunque ya lo saben) que su visita me encantó, y que sólo fue otro capítulo más en un libro que lleva escribiéndose cuatro años.
Y que espero que siga así durante mucho tiempo más… por que a diferencia de Victor Tugelbend (cuyo tío financia el alargamiento de, sin duda, la época más maravillosa de su vida) nosotras no tenemos más remedio que aprobar y llegar lo antes posible a ser magas. Y aunque todas sabemos inconscientemente que eso puede significar el fin de la magia, seguimos adelante con la certeza de que siempre que exista un camino para encontrarnos de nuevo, lo tomaremos sin dudar un segundo. Ni océanos, ni mares, ni mareas, ni resacas, ni trapos (o platos) sucios, ni novios, ni gustos completamente diferentes en todo, han podido de momento con nosotras.
Tampoco podrá ningún posgrado, ni siquiera Florencia.
Desde aquí un beso enorme para todas. Lo que os tenía que decir ya os lo dije en París. Y bueno, ahí va un poquito mas de la historia de Víctor… para los que le pique la curiosidad, leedla en “Imágenes en acción”.
“De manera que Victor había dedicado una considerable cantidad de energía a estudiar, en primer lugar, las bizantinas normas que regulaban los exámenes de la Universidad Invisible, así como todas las preguntas que se habían presentado en dichos exámenes durante los cincuenta últimos años.
En los exámenes finales, la nota mínima para aprobar era un 88.
Suspender sería sencillo. Hasta un imbécil podría suspender.
Pero el tío de Victor no había sido ningún imbécil. Una de las condiciones que imponía el testamento era que, en caso de que Victor obtuviera una puntuación por debajo de 80, el suministro de dinero se cortaría en el acto.
En cierto sentido, había tenido éxito. Pocos estudiantes habían estudiado tanto como Victor. Se decía que sus conocimientos de magia rivalizaban con los de algunos de los magos superiores. Se pasaba horas y horas en una cómoda silla de la biblioteca, leyendo Grimorios. Investigaba sobre formulaciones de preguntas y técnicas de exámenes. Escuchaba las conferencias hasta que podía citarlas de memoria. Todo el personal docente lo consideraba el estudiante más inteligente, y desde luego el más trabajador, que habían tenido durante décadas. Y, en todos los exámenes finales, cuidadosa y certeramente, obtenía siempre una nota de 84. Era increíble.
El archicanciller leyó la última página.
-Ah. Ya veo -dijo al final-. Siente lástima por el pobre chico, ¿verdad?
-No creo que hayas comprendido lo que quiero decir, señor –dijo el tesorero.
-Pues me parece bastante obvio -replicó el archicanciller-. El chaval este suspende siempre por los pelos. -Señaló uno de los papeles-. En cualquier caso, aquí dice que aprobó hace tres años. Obtuvo un 91.
-Sí, archicanciller. Pero apeló.
-¿Apeló? ¿Contra su aprobado?
-Dijo que no creía que los examinadores se hubieran dado cuenta de que había cometido un error con las formas alotrópicas del octhierro en la pregunta número seis. Dijo que su conciencia no lo dejaría vivir tranquilo. Dijo que le remordería durante el resto de su vida si adelantaba de manera injusta a estudiantes mejor preparados y más dignos que él. El señor habrá advertido que en los exámenes siguientes sólo obtuvo puntuaciones de 82 y 83.
-Y eso, ¿por qué?
-Creemos que apuesta sobre seguro, señor. El archicanciller tamborileó los dedos con impaciencia sobre el escritorio.
-No lo podemos tolerar -dijo al final-. No podemos tolerar que alguien vaya por ahí siendo un casi mago y riéndose de nosotros ante nuestras propias... nuestras propias... ¿ante nuestras propias qué se ríe la gente?
-Yo opino lo mismo -ronroneó el tesorero, sin responder.
-Hay que hacer algo de él -insistió el archicanciller con firmeza.
-Con él, señor. Hacer algo de él significaría darle una profesión, o algo por el estilo -señaló el hombrecillo.
-Sí. Bien pensado. Pues hagamos algo con él.
-El problema es, ¿qué hacemos? Hasta ahora, es él quien hace algo con nosotros. Concretamente, burlarse -señaló el tesorero.
-En ese caso, habrá que restablecer el equilibrio de las cosas. O con las cosas -dijo el archicanciller. El tesorero puso los ojos en blanco.
-Así que quieres que lo ponga de patitas en la calle, ¿eh? -siguió su superior-. Pues nada, que venga a verme mañana por la mañana y...
-No, archicanciller. No podemos hacer las cosas así como así.
-¿Cómo que no podemos? ¡Creí que los que mandábamos éramos nosotros!
-Sí, pero todas las precauciones son pocas cuando anda de por medio el señor Tugelbend. Es un auténtico experto en legislaciones internas de la universidad. Así que se me ocurrió que, mañana, podríamos presentarle este examen final.
El archicanciller cogió el documento que le tendían. Movió los labios en silencio al leerlo.
-¿Sólo una pregunta?
-Sí. No tendrá más remedio que aprobar o suspender. Me gustaría ver cómo se las arregla para sacar un 84 con esto. (…)
Ponder Stibbons volvió a leer la pregunta: «¿Cuál es tu nombre?».
La respondió.
Tras un rato, la subrayó, varias veces, con su rotulador fosforescente de la suerte.
Tras otro rato, para demostrar su buena voluntad y espíritu de cooperación, escribió encima: «La respuesta a la Pregunta Número
Uno es:».
Diez minutos más tarde, se aventuró a añadir «Ése es mi nombre» en la línea inferior, y subrayó la frase con un trazo grueso.
Pensó que el pobre Victor iba a lamentar amargamente haberse perdido aquella oportunidad.
¿Dónde estaría?.”
Café recién hecho
Hace 10 años