lunes, 25 de mayo de 2009

Donaudampfschiffahrtselektrizitätenhauptbetriebswerkbauunterbeamtengesellschaft


Bueno... creo que ha llegado la hora de que os ponga al día una vez mas. Mañana me quedará un mes justo de estar en esta maravillosa ciudad que ahora resplandece a cuarenta grados. Y yo paseo por sus calles sin poderme quitar de la cabeza la canción de Eleanor Rigby...pero hoy no voy a hablaros de París. Tan sólo deciros que encontré un nuevo trabajo como profe de español, a una antigua cantante de jazz que me paga con clases de canto, así que ya tengo otra cosa más que echar de menos cuando vuelva a España.
La razón de mi desaparición durante el último mes, fue que a mi vuelta de España, apenas tuve un día libre (que utilicé para irme al concierto de Ska-p, aquí en París, que estuvo increible), y me fui a una isla del Atlántico, la Isla de Brèhat, en la Bretaña. En realidad es todo un archipiélago, con su centro en dos islas más grandes que el resto y unidas entre ellas por un puente de piedra. ¿que puedo contaros? Las vacas pastaban la hierba alta y verde, las casitas de piedra con los agudos y negros tejados se escondían por todos los rincones de la isla... Vivíamos en una casa enorme (tenía que serlo, éramos diez, y aun así sobraron camas) de tres pisos, con una gran chimenea. Hicimos pan en el horno, cocinamos, comimos "mashmellows" (esas nubes de gominola que hay que poner al fuego para que se tuesten), robamos la leña que necesitamos, y nos bañamos en el agua helada. Yo me dediqué a dar largos paseos y coger conchas en la playa... Todo el mundo iba por ahi con unos carritos rarísimos, por que no hay apenas coches (tampoco hay carretera)...por las noches cenábamos todos juntos y hablábamos del Líbano sin parar (había cuatro personas del Líbano, y cuando se juntan son imparables, y su nacionalismo exacerbado también...¿sabíais que el Líbano está en el centro geográfico del mundo, que por otra parte, es esférico? Yo no...)Pero bueno, bromas aparte, tuvimos unos días muy tranquilos y muy alegres.
Pocos días después de mi vuelta, emprendí con energía mi viaje por tierras germánicas, que estuvo genial... Visité Heildelberg, una ciudad preciosa y típicamente alemana, comí Leeberkäse (una especie de pan-queso hecho exclusivamente de carne, que es increible), me pasée por un museo de árboles (el Arboretum de Heildelberg) dónde encontré unas secuoyas antiquísimas y enormes, comí bretzels... Y luego partimos hacia Hannover, una ciudad mucho más grande e industrializada, con una universidad bastante bonita, y dos lagos (obra de Hitler). Después partimos hacia Essens, un pequeño y precioso pueblo en la playa del Mar del Norte: fue una delicia. Dimos paseos en bici por los alrededores, siempre verdes, y visitamos el casco histórico: una iglesia del renacimiento, y una fila de casas en torno a ella. Al día siguiente cogímos un barco hasta Spiekeroog, una isla casi deshabitada (por que se mueve y cambia, ya que está hecha de arena blanca y fina). El cielo es de un azul pálido dificil de imaginar si no lo has visto antes, y la playa blanca resplandeciente, salpicada de pequeñas conchas negras. Por supuesto, comí chocolate (sólo en el supermercado tienen como 60 clases diferentes de chococlate, hasta vi chocolate de wasabi), comí más bretzels, y aprendí la curiosa forma de dar paseos en bici que tienen los alemanes, funciona así: nos preparamos todos con una gran bolsa individual en la que cada uno lleva todo lo que puede necesitar durante el viaje, (toooodo comestible, 60% chocolate), y salimos todos tempranito. Recorremos tres kilómetros, y paramos en un merendero para disfrutar de nuestro chocolate, y la primera increible cerveza (0.5 l., 5% alcohol). Después de una media hora descansado de la media hora de bici, recorremos otros tres kilómetros, y paramos en un bar a tomar otras increibles cervezas, y seguir disfrutando del contenido de nuestras bolsas individuales. Después de cerca de una hora, cogemos las bicis de nuevo y nos encaminamos hacia otro merendero, dónde vamos a comer (¿no habíamos comido ya, y desayunado panecillos y salchichas de Bavaria hace cerca de dos horas? No, que va, eso eran el primer, el segundo y el tercer desayuno...)Tras quince agotadores minutos de pedaleo (agotadores por la cantidad de alcohol que llevaba en las venas, los que me conoceis bien sabeis que tumbo con dos cervezas, sobre todo si son tan increibles), nos sentamos todos en mitad de un bosque paradisíaco a comer más panecillos y ensalada, y por supuesto beber más increible cerveza, e incluso chupito al final de la comida. De la vuelta no recuerdo demasiado, sólo que era profundamente feliz, y casi me caigo unas cuantas veces de la bici, por intentar tocar el timbre. ¿Os ha gustado mi historia? Pues ahora añadirle el componente lingüístico (nadie hablaba inglés, ni francés, y yo no hablaba alemán)...Así que, queridos amigos, he llegado a una conclusión: Alemania es el paraiso. Comes y bebes todo el rato, sin tener que mantener conversaciones innecesarias y molestas sobre la extraña naturaleza de las salchichas que te estas comiendo, vives en medio del bosque, y cuando vuelves a casa, las ventanas pueden abrirse de quincemil formas diferentes, hay dos calefacciones, una para el aire y otra para el suelo, todo es blandito, suave y de colores preciosos, todo está ordenado, pensado y perfectamente organizado para colmar de felicidad al hombre más exigente... mis sueños estaban repletos de bretzels y cerveza... en fin, que he decidido aprender alemán. Por el momento, me he estado informando, y parece ser que tienen cierta tendencia a las palabras largas, como la que pongo en el título, que significa algo así como "Asociación de funcionarios de rango inferior que trabajan en las fábricas que proporcionan electricidad a los barcos que navegan por el Danubio". Creo. No me negareis que tiene miga... y ¿os he hablado ya de la cerveza? Era increible...

martes, 12 de mayo de 2009

Post antiguo

Este es un post que me hubiera gustado publicar mucho antes... pero por razones que explicaré no pude. Lleva escrito casi un mes... os prometo explicarlo todo... en otro post:
Desde que el sol tiñe de nuevos colores los viejos edificios de París, abrirme camino esquivando turistas para llegar hasta la facultad, se ha convertido en una lucha desenfrenada del individuo contra el medio hostil, o si lo preferís, en mi nuevo deporte habitual. Lástima que, como la mayoría de los deportes (salvo honrosas excepciones) tampoco implique un gran incremento de mi actividad intelectual, por que… ¡Premio! La facultad sigue cerrada, en huelga.
Mi desesperación ha ido incrementándose, ha llegado al borde de la histeria, ha tocado su cenit, ha caído en picado… y ahora me encuentro en el extraño vacío del otro lado. Mis relaciones con los profesores se limitan a breves intercambios de trabajos escritos por Internet. Cosa que me deja bastante tiempo para pensar… (los que me conoceis os estareis llevando las manos a la cabeza).
Por que, chico, entiendo que las tropas de Alejandro, cansadas, heridas, hartas de que las tribus locales les acribillasen con flechas y lanzas envenenadas, de comer frutas y verduras (y de vez en cuando, alguna que otra vaca sagrada), de llevar ellos solos todo el peso del campamento (también se habían comido a los caballos) y después de ocho años de periplo asiático…hicieran huelga, y se negaran a cruzar el Ganges. Ellos sí que tenían motivos. Y aún así solo duró unas pocas semanas, y ocurrieron cosas grandiosas, como la fundación de otra Alejandría, festivales, matrimonios, felices reencuentros, reyes que dejan de creerse dioses, etc…En cambio, Francia lleva tres años sometiendo a sus estudiantes a una huelga sistemática debido a unas reformas que, sí, nos incomodan, como todas las reformas (en un sistema tan pomposamente petrificado, probablemente harían huelga si alguien sugiere cambiar los incomodísimos pero gloriosamente ancianos asientos de los anfiteatros) pero que no son nada comparadas con la que se nos viene encima a los españoles con nuestro nuevo Plan Bolonia, por que, queridísimos amigos, no se si vuestra especialidad estará en peligro PERO LA MÍA SI.
Hace unas semanas una amiga me mandó un correo electrónico, y no quería creerlo, pero desde entonces he tenido tiempo para comprobarlo con mis propios ojos: LA PREHISTORIA NO CONSTA COMO ESPECIALIDAD DENTRO DEL NUEVO GRADO DE HISTORIA.
Desde aquí hago un humilde llamamiento a todos los peces gordos: por favor, señoras y caballeros. No soy la más indicada para explicarles las dificultades por las que atraviesa nuestra querida Prehistoria a lo largo del siglo XX (que prácticamente la vio nacer como ciencia) en toda Europa. Para que se hagan una idea, grandes científicos de nuestra disciplina como François Bordes deben sus grandes conocimientos a un aprendizaje casi en exclusiva autodidacta: y no hablemos en España, dónde, en los años 60, el manual de referencia era aquél que publica Hugo Obermaier a principios de siglo. Así que todo, absolutamente todo lo que se ha conseguido a nivel académico desde los años 80 queda borrado de un plumazo, negando a nuestros futuros licenciados la posibilidad de estudiar a fondo tan apasionante disciplina, a menos, claro está, que tengan suficiente dinero y tiempo en su vida como para especializarse haciendo un puñetero máster, que todavía nadie se ha molestado en adecentar (por lo que me han contado). Y para rematar la faena, alguien tuvo la espléndida idea de hacerlo precisamente en 2009, esto es, 150 aniversario de la publicación de “El orígen de las especies”. Cojonudo. (Perdón por la expresión, es para que os deis cuenta de que estoy realmente cabreada).
Así que no es de extrañar, que, visto el panorama, me dedique día sí día no a observar desde mi ventana el vuelo de las palomas que pueblan los tejados de París. Otro día os hablaré de mi viaje a Saint Malo, y el Monte de Saint Michel; de mi nueva amiga Pilar, que lleva varias décadas viviendo en París y me descubre aquellos rincones con los que un estudiante no puede ni soñar, cuando sus viajes, conferencias y cruceros por el Mediterráneo le dejan tiempo (desde aquí, le envío un afectuoso saludo, pues sé de buena tinta que lee mi blog); de mi breve incursión en el mundo de la fotografía artística de la mano de Louis-Victoria, una fotógrafa alemana; de mi querida librería de cinco plantas, Gilbert Joseph, en el Boulevard de Saint Michel, dónde los libros de segunda mano cuestan mucho menos que un café (y a veces, los nuevos también); de mi nueva aventura literaria, que me ha llevado a devorar cinco o seis volúmenes a la semana; del nuevo y extraño trabajo que encontré hace un par de meses, cuidando (mientras sus padres están en casa) a una niña de dos añitos que vive en mi mismo bloque… De momento, sin embargo, observad conmigo el suave aletear mullido de las palomas, (que han reemplazado a los cuervos, cómo el sol radiante ha reemplazado a la lluvia) sobre las miles de cilíndricas chimeneas de cerámica…

* * * * * *
La paloma, más grande de lo normal y de un color gris pálido, con un aro verde suave alrededor de su cuello, miró sin comprender el cielo azul del atardecer, surcado de ocasionales nubes estiradas del mismo color que sus plumas, contra el naranja amarillento que perfilaba, en toda su imponente altura, la negra torre de Montparnasse.
Incluso encima de los tejados, cómodamente posada en un pararrayos, la temperatura era cálida. Todas las tardes, desde la llegada del buen tiempo, contemplaba el atardecer desde aquel alto tejado, desde el que sus ojos redondos y completamente abiertos en una perpetua y estúpida expresión de asombro, podían vislumbrar claramente la majestuosa Val de Grace, y allá a lo lejos, la cúpula blanca y enorme del observatorio astronómico de Denfert-Rochereau. A veces, en las ventanas abiertas veía a la gente. Una chica morena la observaba pensativa desde su ventana, en un tejado contiguo, mirando el atardecer de París, sin comprender tampoco. Pero pronto una nueva pareja de congéneres llamó su atención: con un suave arrullo llegaron para beber el agua de lluvia de una de las muchas pequeñas chimeneas cegadas, y partieron tan pronto como su sed estuvo saciada, dejando tras de sí el sonido de miles de plumas al entrechocar, junto con el suspiro de sus pequeños pulmones; un sonido que recordaba al calor sofocante del verano, cuando la brisa está quieta y el sol cae, denso y casi líquido, desde el cielo azul profundo. Éste recuerdo le dio ganas de volar con el viento ahora que aún podía disfrutar del fresquito de las noches. Se alejó, recortándose contra el cielo ya oscurecido, y en cuestión de segundos se encontraba ya mucho más allá del observatorio. Mientras el pararrayos todavía no había dejado de oscilar por su brusca partida, ella desapareció, disolviéndose en el gris del cielo, casi nocturno.