Este es un post que me hubiera gustado publicar mucho antes... pero por razones que explicaré no pude. Lleva escrito casi un mes... os prometo explicarlo todo... en otro post:
Desde que el sol tiñe de nuevos colores los viejos edificios de París, abrirme camino esquivando turistas para llegar hasta la facultad, se ha convertido en una lucha desenfrenada del individuo contra el medio hostil, o si lo preferís, en mi nuevo deporte habitual. Lástima que, como la mayoría de los deportes (salvo honrosas excepciones) tampoco implique un gran incremento de mi actividad intelectual, por que… ¡Premio! La facultad sigue cerrada, en huelga.
Mi desesperación ha ido incrementándose, ha llegado al borde de la histeria, ha tocado su cenit, ha caído en picado… y ahora me encuentro en el extraño vacío del otro lado. Mis relaciones con los profesores se limitan a breves intercambios de trabajos escritos por Internet. Cosa que me deja bastante tiempo para pensar… (los que me conoceis os estareis llevando las manos a la cabeza).
Por que, chico, entiendo que las tropas de Alejandro, cansadas, heridas, hartas de que las tribus locales les acribillasen con flechas y lanzas envenenadas, de comer frutas y verduras (y de vez en cuando, alguna que otra vaca sagrada), de llevar ellos solos todo el peso del campamento (también se habían comido a los caballos) y después de ocho años de periplo asiático…hicieran huelga, y se negaran a cruzar el Ganges. Ellos sí que tenían motivos. Y aún así solo duró unas pocas semanas, y ocurrieron cosas grandiosas, como la fundación de otra Alejandría, festivales, matrimonios, felices reencuentros, reyes que dejan de creerse dioses, etc…En cambio, Francia lleva tres años sometiendo a sus estudiantes a una huelga sistemática debido a unas reformas que, sí, nos incomodan, como todas las reformas (en un sistema tan pomposamente petrificado, probablemente harían huelga si alguien sugiere cambiar los incomodísimos pero gloriosamente ancianos asientos de los anfiteatros) pero que no son nada comparadas con la que se nos viene encima a los españoles con nuestro nuevo Plan Bolonia, por que, queridísimos amigos, no se si vuestra especialidad estará en peligro PERO LA MÍA SI.
Hace unas semanas una amiga me mandó un correo electrónico, y no quería creerlo, pero desde entonces he tenido tiempo para comprobarlo con mis propios ojos: LA PREHISTORIA NO CONSTA COMO ESPECIALIDAD DENTRO DEL NUEVO GRADO DE HISTORIA.
Desde aquí hago un humilde llamamiento a todos los peces gordos: por favor, señoras y caballeros. No soy la más indicada para explicarles las dificultades por las que atraviesa nuestra querida Prehistoria a lo largo del siglo XX (que prácticamente la vio nacer como ciencia) en toda Europa. Para que se hagan una idea, grandes científicos de nuestra disciplina como François Bordes deben sus grandes conocimientos a un aprendizaje casi en exclusiva autodidacta: y no hablemos en España, dónde, en los años 60, el manual de referencia era aquél que publica Hugo Obermaier a principios de siglo. Así que todo, absolutamente todo lo que se ha conseguido a nivel académico desde los años 80 queda borrado de un plumazo, negando a nuestros futuros licenciados la posibilidad de estudiar a fondo tan apasionante disciplina, a menos, claro está, que tengan suficiente dinero y tiempo en su vida como para especializarse haciendo un puñetero máster, que todavía nadie se ha molestado en adecentar (por lo que me han contado). Y para rematar la faena, alguien tuvo la espléndida idea de hacerlo precisamente en 2009, esto es, 150 aniversario de la publicación de “El orígen de las especies”. Cojonudo. (Perdón por la expresión, es para que os deis cuenta de que estoy realmente cabreada).
Así que no es de extrañar, que, visto el panorama, me dedique día sí día no a observar desde mi ventana el vuelo de las palomas que pueblan los tejados de París. Otro día os hablaré de mi viaje a Saint Malo, y el Monte de Saint Michel; de mi nueva amiga Pilar, que lleva varias décadas viviendo en París y me descubre aquellos rincones con los que un estudiante no puede ni soñar, cuando sus viajes, conferencias y cruceros por el Mediterráneo le dejan tiempo (desde aquí, le envío un afectuoso saludo, pues sé de buena tinta que lee mi blog); de mi breve incursión en el mundo de la fotografía artística de la mano de Louis-Victoria, una fotógrafa alemana; de mi querida librería de cinco plantas, Gilbert Joseph, en el Boulevard de Saint Michel, dónde los libros de segunda mano cuestan mucho menos que un café (y a veces, los nuevos también); de mi nueva aventura literaria, que me ha llevado a devorar cinco o seis volúmenes a la semana; del nuevo y extraño trabajo que encontré hace un par de meses, cuidando (mientras sus padres están en casa) a una niña de dos añitos que vive en mi mismo bloque… De momento, sin embargo, observad conmigo el suave aletear mullido de las palomas, (que han reemplazado a los cuervos, cómo el sol radiante ha reemplazado a la lluvia) sobre las miles de cilíndricas chimeneas de cerámica…
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La paloma, más grande de lo normal y de un color gris pálido, con un aro verde suave alrededor de su cuello, miró sin comprender el cielo azul del atardecer, surcado de ocasionales nubes estiradas del mismo color que sus plumas, contra el naranja amarillento que perfilaba, en toda su imponente altura, la negra torre de Montparnasse.
Incluso encima de los tejados, cómodamente posada en un pararrayos, la temperatura era cálida. Todas las tardes, desde la llegada del buen tiempo, contemplaba el atardecer desde aquel alto tejado, desde el que sus ojos redondos y completamente abiertos en una perpetua y estúpida expresión de asombro, podían vislumbrar claramente la majestuosa Val de Grace, y allá a lo lejos, la cúpula blanca y enorme del observatorio astronómico de Denfert-Rochereau. A veces, en las ventanas abiertas veía a la gente. Una chica morena la observaba pensativa desde su ventana, en un tejado contiguo, mirando el atardecer de París, sin comprender tampoco. Pero pronto una nueva pareja de congéneres llamó su atención: con un suave arrullo llegaron para beber el agua de lluvia de una de las muchas pequeñas chimeneas cegadas, y partieron tan pronto como su sed estuvo saciada, dejando tras de sí el sonido de miles de plumas al entrechocar, junto con el suspiro de sus pequeños pulmones; un sonido que recordaba al calor sofocante del verano, cuando la brisa está quieta y el sol cae, denso y casi líquido, desde el cielo azul profundo. Éste recuerdo le dio ganas de volar con el viento ahora que aún podía disfrutar del fresquito de las noches. Se alejó, recortándose contra el cielo ya oscurecido, y en cuestión de segundos se encontraba ya mucho más allá del observatorio. Mientras el pararrayos todavía no había dejado de oscilar por su brusca partida, ella desapareció, disolviéndose en el gris del cielo, casi nocturno.