Bueno... creo que ha llegado la hora de que os ponga al día una vez mas. Mañana me quedará un mes justo de estar en esta maravillosa ciudad que ahora resplandece a cuarenta grados. Y yo paseo por sus calles sin poderme quitar de la cabeza la canción de Eleanor Rigby...pero hoy no voy a hablaros de París. Tan sólo deciros que encontré un nuevo trabajo como profe de español, a una antigua cantante de jazz que me paga con clases de canto, así que ya tengo otra cosa más que echar de menos cuando vuelva a España.
La razón de mi desaparición durante el último mes, fue que a mi vuelta de España, apenas tuve un día libre (que utilicé para irme al concierto de Ska-p, aquí en París, que estuvo increible), y me fui a una isla del Atlántico, la Isla de Brèhat, en la Bretaña. En realidad es todo un archipiélago, con su centro en dos islas más grandes que el resto y unidas entre ellas por un puente de piedra. ¿que puedo contaros? Las vacas pastaban la hierba alta y verde, las casitas de piedra con los agudos y negros tejados se escondían por todos los rincones de la isla... Vivíamos en una casa enorme (tenía que serlo, éramos diez, y aun así sobraron camas) de tres pisos, con una gran chimenea. Hicimos pan en el horno, cocinamos, comimos "mashmellows" (esas nubes de gominola que hay que poner al fuego para que se tuesten), robamos la leña que necesitamos, y nos bañamos en el agua helada. Yo me dediqué a dar largos paseos y coger conchas en la playa... Todo el mundo iba por ahi con unos carritos rarísimos, por que no hay apenas coches (tampoco hay carretera)...por las noches cenábamos todos juntos y hablábamos del Líbano sin parar (había cuatro personas del Líbano, y cuando se juntan son imparables, y su nacionalismo exacerbado también...¿sabíais que el Líbano está en el centro geográfico del mundo, que por otra parte, es esférico? Yo no...)Pero bueno, bromas aparte, tuvimos unos días muy tranquilos y muy alegres.
Pocos días después de mi vuelta, emprendí con energía mi viaje por tierras germánicas, que estuvo genial... Visité Heildelberg, una ciudad preciosa y típicamente alemana, comí Leeberkäse (una especie de pan-queso hecho exclusivamente de carne, que es increible), me pasée por un museo de árboles (el Arboretum de Heildelberg) dónde encontré unas secuoyas antiquísimas y enormes, comí bretzels... Y luego partimos hacia Hannover, una ciudad mucho más grande e industrializada, con una universidad bastante bonita, y dos lagos (obra de Hitler). Después partimos hacia Essens, un pequeño y precioso pueblo en la playa del Mar del Norte: fue una delicia. Dimos paseos en bici por los alrededores, siempre verdes, y visitamos el casco histórico: una iglesia del renacimiento, y una fila de casas en torno a ella. Al día siguiente cogímos un barco hasta Spiekeroog, una isla casi deshabitada (por que se mueve y cambia, ya que está hecha de arena blanca y fina). El cielo es de un azul pálido dificil de imaginar si no lo has visto antes, y la playa blanca resplandeciente, salpicada de pequeñas conchas negras. Por supuesto, comí chocolate (sólo en el supermercado tienen como 60 clases diferentes de chococlate, hasta vi chocolate de wasabi), comí más bretzels, y aprendí la curiosa forma de dar paseos en bici que tienen los alemanes, funciona así: nos preparamos todos con una gran bolsa individual en la que cada uno lleva todo lo que puede necesitar durante el viaje, (toooodo comestible, 60% chocolate), y salimos todos tempranito. Recorremos tres kilómetros, y paramos en un merendero para disfrutar de nuestro chocolate, y la primera increible cerveza (0.5 l., 5% alcohol). Después de una media hora descansado de la media hora de bici, recorremos otros tres kilómetros, y paramos en un bar a tomar otras increibles cervezas, y seguir disfrutando del contenido de nuestras bolsas individuales. Después de cerca de una hora, cogemos las bicis de nuevo y nos encaminamos hacia otro merendero, dónde vamos a comer (¿no habíamos comido ya, y desayunado panecillos y salchichas de Bavaria hace cerca de dos horas? No, que va, eso eran el primer, el segundo y el tercer desayuno...)Tras quince agotadores minutos de pedaleo (agotadores por la cantidad de alcohol que llevaba en las venas, los que me conoceis bien sabeis que tumbo con dos cervezas, sobre todo si son tan increibles), nos sentamos todos en mitad de un bosque paradisíaco a comer más panecillos y ensalada, y por supuesto beber más increible cerveza, e incluso chupito al final de la comida. De la vuelta no recuerdo demasiado, sólo que era profundamente feliz, y casi me caigo unas cuantas veces de la bici, por intentar tocar el timbre. ¿Os ha gustado mi historia? Pues ahora añadirle el componente lingüístico (nadie hablaba inglés, ni francés, y yo no hablaba alemán)...Así que, queridos amigos, he llegado a una conclusión: Alemania es el paraiso. Comes y bebes todo el rato, sin tener que mantener conversaciones innecesarias y molestas sobre la extraña naturaleza de las salchichas que te estas comiendo, vives en medio del bosque, y cuando vuelves a casa, las ventanas pueden abrirse de quincemil formas diferentes, hay dos calefacciones, una para el aire y otra para el suelo, todo es blandito, suave y de colores preciosos, todo está ordenado, pensado y perfectamente organizado para colmar de felicidad al hombre más exigente... mis sueños estaban repletos de bretzels y cerveza... en fin, que he decidido aprender alemán. Por el momento, me he estado informando, y parece ser que tienen cierta tendencia a las palabras largas, como la que pongo en el título, que significa algo así como "Asociación de funcionarios de rango inferior que trabajan en las fábricas que proporcionan electricidad a los barcos que navegan por el Danubio". Creo. No me negareis que tiene miga... y ¿os he hablado ya de la cerveza? Era increible...